Para Alan, y Tepoztlán
Esa noche los espejos explotaron. Las esquirlas de cada acción, cada palabra, estaban fragmentadas en el juego del significado.
Desde nuestro arribo a la villa, el nerviosismo y la anticipación se habían fundido con nuestras sombras. El pequeño vehículo negro había cruzado en silencio la brisa, descendiendo la gran montaña para encontrarnos, de súbito, mirando fijamente un pequeño recipiente sobre los mosaicos rústicos de la cocina.
- ¿Así estará bien? – cuestionaste, revolviendo la solución.
Solidariamente bebimos el líquido listo, mirándonos a los ojos buscando una diferencia. Lo único ahí era el cansancio, el insomnio eterno, la escalofriante verdad de las horas que se venían encima.
En el salón contiguo, nuestros anfitriones estaban ya vencidos por el vino y el camino. Cuando regresamos a ellos, sólo quedaba expectativa por saber qué ocurriría.
No supimos más de ellos y el horror cayó sobre este pensamiento.
Los candelabros encendidos, colgados del enorme techo de madera, golpearon el retrato barroco de un niño, y los estantes llenos de historia e imagen se derrumbaron ante nuestros ojos.
El tremor se apoderó del valle y buscamos refugio en las sábanas, Inútil, era muy temprano o muy tarde. El cielo era una pintura viva, y de él bajaban las estrellas, inflamando el jardín, posándose en el estanque. Cada insecto entonó preciso, la orquesta del mundo interpretaba al fin la elegía de la mentira.
Era el momento de ser fugaz. Con la risa incontenida cruzamos la vereda de cantos, intuyendo el destino, reconociendo los patrones de los laberintos frondosos. Era sencillo seguir aquella voz que era mi voz y tu voz. Nunca más habrían de distinguirse, y armónicamente despuntaban los recuerdos, los últimos instantes se enarbolaban conforme huíamos de esta destrucción del tiempo. Como penas dejamos huellas recurriendo en los caminos. Cada paso brotaba del rocío y el bastidor de esta historia se deslavaba, las montañas ofrendando sus costados al sacrificio del sol que revivía.
La vibración del reflejo se deshizo como olas. Los cristales regresaban a la verdad de sus entrañas repletas, como el lamento brillante en el viento de murciélagos.
Al volver tu rostro, en él había día, y la certeza de que el alba traerá cordura al mundo, tantas veces como el ocaso se apodere de nuestros miedos.
August 21, 2005
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