
Ayer fue asesinado el candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú. Los hechos ocurrieron en Ciudad Victoria por la mañana, a seis días de las elecciones estatales.
El ataque se suma a los cientos o miles de golpes de violencia ocurridos en todo el país a lo largo del gobierno calderonista, y cobra especial importancia por ser un crimen que atenta contra un proceso democrático en marcha.
Ante una sociedad temerosa y harta de la violencia, Felipe Calderón atina a declarar sobre el incidente:
“Se trata de un hecho no contra un candidato de un
partido político, sino contra las instituciones democráticas.”
partido político, sino contra las instituciones democráticas.”
Inconscientemente (como todo lo que hace), el presidente da en el clavo, remontándonos no a una carretera estatal cubierta de casquillos y sangre, sino a una elección presidencial ocurrida hace 4 años, donde él, junto a una cúpula de poder corrupta, despojó a México de todo poder institucional que hubiera sobrevivido al priismo y foxismo anteriores a su gobierno.
Desde finales del 2004 y hasta las elecciones presidenciales en julio del 2006, el panismo y empresas aliadas a él se enfocaron en derruir el incipiente sistema democrático mexicano, amedrentando a la oposición, posicionando en puestos claves a aliados que asegurarían un triunfo ilegal, y usando todos los recursos del Estado mexicano para infundir en el público un terror irracional hacia un enemigo inexistente que tomó forma en Andrés Manuel Lopez Obrador.
Un país que ya se encontraba dividido por las grandes barreras de la pobreza y la riqueza, del acceso o la falta del mismo a los medios oficiales, del poder y del esclavismo, se dividió aún más por una campaña de odio que hoy en día aún esparce su veneno por el tejido social de México.
Un país que ya sufría por instituciones débiles, viles cascarones inservibles, fue arrasada en poco tiempo por un poder real y funcional: la delincuencia organizada.
Finalmente, las elecciones se decidieron no en las urnas, sino en lujosas oficinas, privadas y públicas, donde los dueños del dinero y el poder acordaron darle el triunfo adelantado a Felipe Calderón, un burócrata gris y sin experiencia, un personaje perfecto para utilizar a su antojo. Con la ayuda de un sistema electrónico ideado por un familiar del candidato, la maestra Gordillo, los dueños de Televisa, TV Azteca, Bimbo, Cemex, Grupo Carso, el priismo/panismo y un largo etcétera de turbios personajes decidieron el lúgubre rumbo de México, pisoteando irresponsablemente el albedrío popular.
Al frente de un gabinete igual de improvisado e impuesto con ignorancia, Felipe Calderón se ha dedicado exclusivamente a solucionar la falta de legitimidad con la que asumió el poder; a demostrar, de manera más que superficial, que él y nadie más ostenta el poder en México. Un juego de machos que, evidentemente, no podía ganar ante una de las mafias más poderosas del mundo.
Envalentonado, Calderón declaró la guerra ante el narco (esa vaga presencia que viaja en primera clase y corrompe juventudes en todo el mundo), prometiendo seguridad al pueblo recientemente despojado de toda certeza.
Hoy, a cuatro años de su grito de guerra, Calderón sólo puede gemir como un cachorro arrinconado y asustado, pidiendo la unidad nacional que él, más que otra persona, ayudó a destruir. Hoy busca a sus opositores para encontrar soluciones a su infantil error, sin darse cuenta que la serpiente vive en su propia casa.
Si México ha caído en una espiral de violencia insostenible es precisamente porque Calderón decidió unirse con un poder más perverso que el narco: la oligarquía rapaz que ha explotado al pueblo mexicano al grado de no tener más opción que unirse a la delincuencia y la ilegalidad.
Calderón dirige esa gran empresa llamada “Impunidad e Injusticia, A.C.”, jefe de los jueces corruptos que encarcelan a activistas sociales antes que a gobernadores pedófilos y traficantes de menores. Es socio de esos ladrones cuyo primer nombre es Banco de Algo, por cuyos bolsillos pasan, diariamente, los millones de dólares que alimentan las operaciones de la delincuencia. Es compadre y siervo de ese gran fracaso que es la SEP y su SNTE, el sindicato más ineficiente y destructivo que ha conocido esta nación, y a quien debemos, finalmente, todos nuestros fracasos.
Un país ignorante, hambriento y debilitado moralmente es lo que Calderón heredó de sus sucesores, y ahora puede estar orgulloso de que también sea uno de los lugares más peligrosos de la Tierra. Su guerra ridícula ha deformado a toda la República, regalando las calles al ejército y los puestos públicos a los más criminales, aliándose sin salida con los medios voraces que cotidianamente le pasan factura por ungirlo como presidente. Ha vuelto a toda la población una barrera de carne y hueso para cubrirse, por un tiempo indefinido, de la violencia que eventualmente alcanzará a todos. El asesinato de un candidato a gobernador es una tragedia, pero es sólo otro renglón en la lista interminable donde niños, mujeres, ancianos, activistas, periodistas, indígenas, sindicalistas desempleados, estudiantes e instituciones ya son sólo un número anónimo, un daño colateral más.
No hay salida sencilla ni rápida al caos espiral en que Calderón nos ha terminado de hundir. Y menos si en la “Unidad” que se plantea siguen a la cabeza estos personajes y empresas oscuros que verán, como siempre, sólo por sus propios intereses. La única forma en que podemos crear un nuevo pacto social, sin desconfiar los unos de los otros, es aceptar de manera unánime que el personaje que nos habla desde ese podio presidencial ha sido puesto ahí por un error humano inadmisible, que todos los que lo nombraron “presidente” son igual de responsables en esta masacre, cómplices de esa elección criminal que buscó, ramplonamente, hacer prevalecer el esclavismo del pueblo mexicano a manos de unas cuantas familias cegadas por una ambición inhumana y terriblemente destructiva.
Es un sinsentido brutal que Calderón y sus huestes llamen a una unidad nacional o abran cuanta Iniciativa México se les ocurra, todos sabemos que ellos son los criminales originales y los responsables del terror.
La admisión del robo de la elección del 2006 como el gran crimen de la delincuencia organizada, y el enjuiciamiento, uno por uno a sus perpetradores, es el primer paso para comenzar la reconstrucción del tejido social mexicano. Si es que este saco aún acepta enmiendas antes de convertirse en el más terminal de los lienzos funerarios.